miércoles, 21 de mayo de 2008

Para mí una lágrima

Como comenté hace unos días en el blog de Secretaria Insurrecta, si yo fuera jefa no dejaría, por ejemplo, que mi secretaria me preparara el café. No todas las secretarias odian a sus jefes, pero hay cierta falta de aprecio o de preocupación que hace que si se te cae la cucharita al piso no te tomes la molestia de lavarla.

Hace algunos años trabajé en una empresa bastante grande, con muchos gerentes, que tomaban mucho café. Por distintas razones, a varios de ellos los odiaba, sumado al odio que me da per se servir café. Nunca sería capaz de poner sal en lugar de azúcar, o de escupir el café, pero hice algunas cosillas que no haría con una infusión para mí o para mis seres queridos.

Estaba todo bien si la máquina expendedora funcionaba, pero a veces se quedaba sin café, o sin agua, o no había vasos, o se me había acabado el crédito de "la llave" (esa llave roja era uno de los tesoros más preciados dentro de la empresa). En esos casos debía agudizar mi ingenio.

La primera vez que quise hacer café con la cafetera de filtro no la sabía usar, así que puse el café en la jarra, le agregué agua caliente, y después lo quise colar con una servilleta de papel (mejor dicho, una toallita para secarse las manos del baño). De más está decir que no se coló nada, quedó un asco pero lo serví igual.

Con el tiempo el café me empezó a salir bien, pero los cortados eran hechos con leche en polvo (un olor asqueroso a queso), y cuando había poco café los rebajaba con agua.

Cuando eran más de seis personas, y las tazas con sus respectivos platitos no me entraban en la bandeja, la solución era usar vasitos y cucharitas descartables, de los cuales siempre había poco stock. Una vez fui a una sala donde acababa de terminar una reunión y recogí las cucharitas y las reutilicé; otra vez bajé hasta el comedor porque recordaba haber visto unos de vasitos "descartados" (los habían usado y lavado). Como estaban todos apilados tenían el agua acumulada de hacía más de una semana, "estancada", yo diría, por el olor que tenían. Los lavé (sin mucho entusiasmo) y serví.

En otra oportunidad me pidieron una jarra con agua, pero el dispenser era muy lento, la jarra grande y yo estaba apurada, así que les di agua de la canilla.

El día que me quedé sin azúcar revolví todo el comedor hasta que encontré un recipiente que tenía azúcar endurecida, tuve que raspar con un cuchillo (sucio) para poder sacar algo.

Para saber si la temperatura era la adecuada directamente metía el dedo en la taza.

Y creo que una vez hice dos tés con el mismo saquito.

Siempre le aclaro a quien le cuento estas cosas que esa fue la única empresa donde lo hice.

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